/ Hagamos un pequeño homenaje a nuestro emblemático dibujo.
Somos bastantes generaciones las que vamos haciendo ‘nuestro’ este dibujo y lo estampamos en nuestros escritos y en las tapas de los libros.
Miles y miles de estampaciones van dando relieve y valor a la imagen, es como ponerla en movimiento. Le aportan una forma de vida o vivacidad que nos lleva a apreciarla cada día más.
Es un sello de valor en nuestras obras.
Nos identificamos con el dibujo.
Nos sentimos metidas en la capucha y en esa inclinación hacia el libro.
Durante muchos años, cuando pasábamos más frío que ahora; salíamos a la huerta con unas enormes capas de paño abrigado que nos cubrían por completo y nos protegían de la intemperie. Ha sido una estampa habitual en el monasterio, durante mucho tiempo: la monja bien envuelta en su capa, apoyada en el árbol y haciendo la lectio.
Fuertes y bonitas experiencias hemos tenido desde esa actitud.
Cuando M. Miren hizo el dibujo, nos pareció estupendo: hicimos troqueles para poder ponerlo al fuego y grabar los libros y folletos de la encuadernación.
Luego vinieron las fotocopias y todo lo virtual, nos es más fácil tener la imagen de muchas formas.
Aquí sigue la monja orante, invitándonos a la oración, al silencio,
desde ese árbol en forma de TAU que tiene tan ricas interpretaciones, y que invita a mirar más alto: Por eso encima del árbol, que quiere ser prototipo de la naturaleza vegetal, hay una
estrella…
Esa chispa de luz que siempre salta cuando te mantienes en la búsqueda de la palabra personal, que sale de la PALABRA y que incendia.